lunes, 25 de octubre de 2010

Estela de Jorge Oteiza en el Puente Internacional de Santiago de Irun




En este sencillo inventario, sobre escultura contemporánea de Irun que estamos realizando en la revista Bidasoatik, elegimos como quinto ejemplo la estela que Jorge Oteiza proyectó, en 1971, para el Puente Internacional de Santiago.

Una obra que despertó mi interés desde niño. Siempre la divisaba, incluso me acercaba a tocarla, cuando caminaba sobre el puente, tras enseñar en la frontera el pasaporte de rigor. Una visita a la vecina Hendaia para acudir al dentista, la playa, o la tienda Egiazabal, donde trabajaba mi familia materna. Y así hasta muchísimo más tarde, ya en 1997, cuando en la facultad, nos interesamos y denunciamos el lamentable estado de conservación que presentaba.

La rutina diaria, con cientos de camiones cruzando la frontera, había convertido, en casi un milagro, que esta estela se mantuviera en pie. En mayo de 1997, procedimos a fotografiarla. Comprobamos que, únicamente, unos fuertes alambres hacían posible la sujeción de todas las piezas en las que se hallaba fragmentada. A la vez, estaba decorada con un spray de color negro que hacía leer en cada lado, Lapurdi - Gipuzkoa. Y es que esta sencilla obra fue atacada una y otra vez, porque muchos nunca llegaron a entender que, con esta estela, Jorge Oteiza quiso unir dos territorios, nunca separarlos. Un juego literario a orillas de un río bajo una piedra grabada con 12 letras que, según reza, tanto invierte el significado de France como el de España

Convertida en un símbolo, en los años noventa, podía ser habitual verla derribada bien por la mala maniobra de un trailer o por alguna enérgica repulsa. Así hasta su desaparición en el año 2000. Interesados por la misma, pudimos comprobar que, ante su enésimo derrumbe y por precaución, había sido retirada a un lugar de almacenaje que el Ayuntamiento de Irun tiene en la zona de Playundi. Yacía resquebrajada bajo una lona. Pedimos su reposición en Cultura del Ayuntamiento de Irun. Allí se argumentó que un problema de competencias administrativas, con la Diputación, hacía imposible su inmediata restauración. En 2001, y con sorpresa mayúscula, nos enteramos por la prensa que la pieza había sido reinaugurada, presentando el aspecto que hoy luce.

El origen de esta obra surge por encargo del amigo de Oteiza, René Petit, ingeniero encargado de la realización del conocido Puente Internacional de Santigo. Según mis anotaciones, esta pieza prismática de cantos biselados está realizada en mármol rojizo, posiblemente, de Deba. Oteiza, en 1971, quiere para su obra un color cálido para un lugar gris y frío. Tiene una altura de 102cm, una anchura máxima superior en sus caras de 84 y 82cm y un grosor profundo de 26cm. Un volumen que desciende hacia una base que oscila entre los 49 y los 46cm. Un conjunto asimétrico de apariencia sencilla, pero de complicada proyección. Una superficie dinámica con dos caras opuestas que parecen querer girarse. Nunca algo tan objetivamente estático sugiere tanto movimiento.

Todas estas hipótesis sobre esta pequeña piedra, nos llevan a releer la obra de Oteiza, a estudiar su estética vasca, el sentido del crómlech vacío como punto de abstracción. En este caso, un dinámico mojón, enraizado a la base, a la tierra vasca.

Al igual que sus compañeras de esta sección, carece de señalética explicativa alguna; ni autor, ni año de factura, y deficiente iluminación nocturna. Al estar continuamente expuesta al intenso tráfico de la zona, unos pivotes de hierro se han convertido en sus únicos aliados.


Fernando García Nieto


* Publicado en la revista Bidasoatik nº 8



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